10 agosto 2007

¿Sueñan las ovejas con androides eléctricos?


Gracias a Dios, o quizá, quién sabe, a múltiples otros factores, por fin tengo tiempo y recursos para retomar el blogg. Lamento el no haber podido continuar tal y como me comprometí con la publicación mensual pero la multitud de cambios acaecidos en mi vida no han sido pocos y mucho menos menores. Este mes de Agosto, me dispongo a darle vueltas a un tema que cada cierto tiempo retomo a modo particular en plan filosófico y obsesivo: Se trata del “Conocimiento”. Sí, porque el conocimiento y su búsqueda no creo que sea un tema ni mucho menos baladí, al menos para mí, y me explico.


Todo proviene de mi particular forma de ver el mundo, en parte defecto y en parte virtud, según la cual, todo o casi todo ha de ser clasificado aún sin querer o de forma casi inconsciente a veces. Pues bien, en función de esta premisa, conceptos como el bien, el mal, lo aceptable, lo rechazable, lo correcto o lo incorrecto y toda la infinita amalgama de adjetivos que pueden llegar a usarse para calificar a una persona son conceptos y elementos de constante actualidad y perseverancia en mi intelecto. Por cierto, no me es ajeno que todo este rollo quizá interese bastante a mi psicoterapeuta, el día que pueda pagármelo, mientras que al resto le importe vulgarmente hablando, “una mierda” (con perdón), pero creo que es básico para entender el porqué de mi interés en tratar el tema. El caso es que desde el reconocimiento de que mi actitud es autolesiva y altamente masoquista, he acabado por interiorizar como un valor importante que define y caracteriza a las personas en varios grupos (que imagino no interesan a nadie), “LA ACTITUD TENDENTE A CULTIVAR, MEJORAR Y POTENCIAR LAS CAPACIDADES DEL INTELECTO”. En otras palabras y a pesar de que soy consciente de que no es el mismo tema, lo que me interesa es “la búsqueda del conocimiento” tratado no como un concepto teórico abstracto, ni como un término metafísico ininteligible, sino como una actitud vital que lleva al individuo a estar receptivo ante cualquier novedad, cualquier aspecto nuevo de la realidad que desconozca cualquier nuevo conocimiento, saber, idea o habilidad que se muestre plena de realidad ante sus ojos esperando ser aprehendida, investigada, observada, entendida o al menos discutida.


¿PORQUÉ? Creo que esta es la mejor pregunta que nadie jamás puede pretender hacerse a cerca de cualquier cosa y he ahí la clave. ¿Cuánta gente tiende de forma natural a hacerse esta pregunta habitualmente?

La importancia de la cuestión radica en que como seres humanos, una de las cosas que nos diferencia de cualquier otro ser vivo de este planeta es la capacidad intelectual, que lo mismo nos lleva a alcanzar la gloria con obras como “El concierto de Aranjuez” interpretado por Paco de Lucía (pieza que recomiendo vivamente a cualquiera que no la haya escuchado aún, y que yo estoy disfrutando en el momento de escribir la presente), o lograr cotas de estupidez dignas de la ameba más ineficiente que se pueda imaginar con empresas como el periodismo “rosa” actual por no poner muchos ejemplos. El caso es que aquello que nos distingue como humanos es a menudo ninguneado o incluso rechazado por amplios sectores de la población. La actividad intelectual, la lectura, el estudio, la filosofía, el debate crítico, el uso correcto del lenguaje y la terminología adecuada en cada caso, el interés por lo extraño, el tratamiento científico de las cosas. Todo ello resulta objeto de asombro hacia quien lo practica como digo, cuando no de mofa y rechazo. Evidentemente sin generalizar, pero desde mi experiencia en diversos ambientes, dentro de un amplio espectro de población se dan este tipo de actitudes hacia lo intelectual, lo racional, lo culto, lo crítico, en definitiva hacia aquello que nos distingue, entre otros diversos aspectos, de las tortugas o las gallinas. Ojo, no estoy diferenciando entre gente culta y gente que no lo es, sino entre gente que a menudo rechaza la oportunidad de conocer algo nuevo y gente que ansía el momento del día en que esto ocurre. Y entre estos dos grupos a grosso modo, (entre los que cabría distinguir diversos matices de grises), podemos estar mezclando a analfabetos estructurales con doctores universitarios. Particularmente conozco ejemplos de personas sin apenas formación, cuya curiosidad por lo nuevo, su interés por aprender y su afán personal por el enriquecimiento personal en lo espiritual y lo intelectual es tal, que abrumaría a cualquier profesor vocacional que se dispusiera a afrontar el reto. Del mismo modo conozco a universitarios titulados, cuya catadura moral e interés por el crecimiento intelectual se mide exclusivamente en función del rendimiento económico y de la mayor o menor medida del esfuerzo necesario para obtener dicho rendimiento, que en el futuro pueda otorgar el título que posee o se esfuerza en poseer. Se supone que dentro del ambiente universitario debería poder encontrarse el interés por el conocimiento más allá de la pura cuestión mercantilista relacionada con el provecho socioeconómico que de dicho conocimiento se pueda obtener. Pues bien, el caso es que cada vez resulta más difícil encontrar a personas con afán enciclopedista, no en el sentido de saberlo todo, sino del interés por saber de todo. En el análisis del porqué ocurre este fenómeno no me atrevo a entrar en esta ocasión, por tratarse este de un tema que podría despertar a alguna fiera interna que prefiero dormite por el momento hasta que llegue su momento, por lo que me detendré más en la crítica en forma de preguntas al lector por ahora y así de ese modo, acaso genero polémica si es que hay alguien que se digna a leer el blogg.

- ¿Es útil clasificar a los seres humanos en función de su interés por el conocimiento, (entiéndase este en su más amplio concepto, y no como sinónimo de saberes académicos o científicos en exclusiva)?

- ¿Porqué será que en muchos ámbitos se asocia la palabra “sabio” a una persona vieja mientras que para aquella persona joven que a menudo demuestra ser diferente del resto por su saber se reservan con mayor frecuencia términos despectivos como “sabiondo”, “sabelotodo”, “calculín”, etc…?

- ¿Está denostada en la actualidad la búsqueda de la excelencia? ¿Qué se entiende hoy día por “mediocridad”?

- ¿En cuántos debates o conversaciones interesantes que no tratasen de deporte, moda, famoseo, de cómo gastar dinero o de una ficción televisiva has tenido la “oportunidad” de intervenir hoy?

- Estoy seguro de que conoces a gente al igual que yo, que aún sabiendo que hace mal una cosa, aunque se trate de algo insignificante (yo que sé, un ejemplo estúpido, … por ejemplo decir “pograma” en vez de “programa” sabiendo que está mal dicho, o no saber manejar el mando a distancia de un aparato electrónico pudiendo aprender leyendo, pidiendo que te enseñen o con unos pequeños apuntillos de cómo usarlo hasta acostumbrarse), no hace nada en absoluto por intentar mejorar en ese pequeño aspecto, sintiéndose tan felices a pesar de ello y asombrándose del disgusto ajeno por el mantenimiento de dicha actitud.

- ¿Qué es lo que lleva a alguien a votar en unas elecciones por una determinada opción política sin conocer sus fundamentos ideológicos, propuestas concretas o incluso ni tan solo el nombre de su líder o incluso de cualquier aspecto de sus rivales?

En fin, que al ritmo que vamos, los taxonomistas tendrán que empezar a ponerse las pilas y llegar a un acuerdo entre redefinir el concepto de especie o emparentar mucho más de lo reconocido hasta la fecha al Homo sapiens con la oveja merina. En cualquier caso, que lo hagan pronto porque me empiezan a asaltar las dudas cada vez que me como unas costillitas de cordero con patatas, pues no sé últimamente si se trata de un acto lícito de alimentación omnívora o un acto flagrante de genocidio caníbal, fascista y prepotente hacia un individuo semejante de una raza inferior. Beeeehhh….., ups, …perdón.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo José María: cuánto me alegra que hayas vuelto a tu blog y, con ello, a tus inagotables propuestas de reflexión y debate.

Has hecho unas preguntas clave, que voy a tratar de responder, no definitivamente, desde luego, pero sí tratando de aportar nuevos elementos para el debate.

- Las clasificaciones de seres humanos y de lo demás: no sólo es algo útil; es inevitable. Todos usamos en mayor o menor medida las clasificaciones, una herramienta del conocimiento. Lo importante es tratar de enriquecer los matices de las mismas lo máximo posible, para aprender todo lo que podamos de este complejo mundo. Asimismo, las clasificaciones son útiles, siempre y cuando no nos obsesionemos con ellas y las tomemos por explicaciones infalibles para todos. Son una ayuda, una orientación, no un “vademécum”.

- Esto último conecta con la segunda propuesta: es un error pretender “tomar por asalto” los conocimientos. Conocer el mundo, aprender sus procesos, no es solamente llegar a la meta. Ni mucho menos, aunque la meta es importante, no lo es menos recorrer el camino. De ahí que el término “sabio” se relacione con la madurez o con la vejez. Uno puede aprender “técnicas”, pero también ha de aprender su aplicación en diferentes espacios y tiempos para conocer sus virtudes y sus defectos, sus limitaciones. Y ojo, no asimilemos “tiempo transcurrido” a “conocimiento adquirido”. Hay también muchos viejos tontos y jóvenes listos. Lo que pasa es que, con el paso del tiempo, miramos las cosas con diferentes puntos de vista. Y eso contribuye mucho a enriquecernos.
Pero a pesar de lo dicho, la realidad es que mucha gente se guía ni más ni menos que por el tópico. El tópico está en todos nosotros, pero algunos tratamos de ser conscientes de ellos y tratamos de abandonar su tiranía para abrir la mente. Así, el tópico es: el “hombre sabio de barbita blanca” (ya sea Einstein, el viejo de “Érase una vez…” o similares) y el joven que estudia es el “gafitas-cuatro ojos-empollón-repelente”.

- Sin duda, en nuestra sociedad está denostada la búsqueda de la excelencia. Eso va mucho con el carácter español y, por lo demás, con el de los seres humanos. La perfección en el ser humano no existe, pero, si existiera, no la soportaríamos. Así, cobra mucho sentido la muerte de Jesucristo no sólo para los cristianos, sino incluso para quien no lo sea y lea los Evangelios como una fábula: si el hombre perfecto llegara a la tierra para predicarnos el amor fraterno, le crucificaríamos, le negaríamos; aunque también habría quien le ayudaría a cargar con la cruz. Así somos los seres humanos, aunque aceptar nuestra naturaleza egoísta y rapaz no debe suponer conformarse con ella, sino tratar de superarnos día a día.

Vivimos en una “sociedad de masas”. La gente detesta el término, porque lo creen elitista. Pero lo cierto es que todos nos comportamos como “masa” en un momento dado. El ideal del “famoso” (sea de la forma que sea) es lo que todo el mundo desea (generalizando). Pero, al no poder alcanzarlo, lo mejor es permanecer en la masa, en el rebaño, no vaya a ser que nos crean diferentes. Hoy vivimos en una mentira que proclama las excelencias de la libertad cuando, en realidad, impera el triunfo de los estereotipos, apenas hay verdaderos excéntricos. Se exalta la igualdad mal entendida. Los seres humanos debemos tener todos los mismos derechos, pero NO SOMOS IGUALES. Y eso hay que aceptarlo: en principio no es bueno ni malo, ES LO QUE HAY. Eso no quiere decir que nos pleguemos al fatalismo o nos complazcamos con nuestros defectos. Todos queremos ser muy individualistas, muy independientes, pero muy pocos están dispuestos a asumir las consecuencias de lo que, hoy y siempre, implica “ser diferente”. Y es algo comprensible, dado lo rapaces que somos los humanos.

- Vamos con las conversaciones: es peor aún, José Mª, porque hay que añadir a quienes mantienen una conversación cultural con una limitación de miras equivalente a la de los “ignorantes”. Hay gente que habla de ópera o de arte como quien habla de fútbol: con fanatismo y desprecio por lo que no conoce, con esnobismo. Es deleznable ese “esnobismo de lo populachero” que hoy impera, pero no menos deleznable es aquel antiguo esnobismo: el de quienes van a la ópera sólo por pavonearse al decir que van al sitio de moda y se gastan un pastón en ropa, aunque los zapatos le hagan daño. Con esto no denosto la elegancia, que es importante, pero no más que el conocimiento o que compartir momentos con los amigos. Importa mucho el tono. Se puede hablar de fútbol de forma inteligente. Lo que pasa es que en los deportes, como en los informativos en general, todo está pensado para impresionar, para asombrar u atontar, no pensar: las imágenes repetidas “ad náuseam”, los clichés, las músicas altísimas y rimbombantes.

- Lo de “pograma”, etc.: nuestra sociedad, como otras muchas, está basada en el rito de presumir. Si no se puede presumir de culto, se presume de bruto. Hay que lanzar algo “ingenioso” al auditorio para “triunfar” o quedarse callado para que a uno no le humillen. Debatir no sirve hoy. Lo que sirve es decir cosas más ingeniosas, alzar más la voz, quedar por encima de los demás, evitar que a uno lo humillen. La persona de carácter fuerte sacrificará “la verdad” a “su verdad” y la persona débil sacrifica “su opinión” o “su verdad” a “lo aceptado por el grupo”.

- Por último, el problema de voto es también complicado. Aquí, los ciudadanos somos víctimas y responsables a la vez. Víctimas porque, en verdad, lo somos frente al poder que tienen los partidos y los medios de comunicación. Pero también somos responsables de lo que tenemos: existen mecanismos para debatir, para criticar (constructivamente, desde luego), para muchas cosas. Pero es más cómodo generalizar y luego no hacer nada por cambiar. Así, la responsabilidad del clima político en la España actual la tenemos todos, metámonos todos y salga quien pueda. Criticamos a los corruptos pero, al cabo, no los vemos tan malos y pensamos que, si estuviéramos en su lugar, seríamos tontos si no nos aprovecháramos de la corrupción.

Termino ya, que casi he escrito tanto como tú, (he tratado de resumir, conste): aunque Punset y Dragó me parecen a veces un poco excesivos en su sabelotodismo, tienen razón en que el siglo XXI debería ser el de “la revolución del cerebro”. De nada nos va a servir tener tanta tecnología si nos hundimos en el aborregamiento que, al final, nos conduzca a no valorar lo que tenemos y, por ello, a perderlo. El progreso no sólo debe medirse en tecnología, en conocimiento acumulado y la facilidad de almacenarlo o transportarlo. Tenemos que avanzar en las técnicas de utilizarlo, pensar, de razonar, de usar nuestro cerebro; y también en la ética, en el uso razonable y responsable de nuestras capacidades, que la aplicación correcta del “saber” y de la “ética” para el provecho de todos no van siempre unidos, por desgracia.

Anónimo dijo...

Por cierto, te sugiero que, cuando puedas, cambies en tu blog el enlace del Instituto Ouróboros antiguo por el nuevo (el blog provisional):
http://instituto-ouroboros.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Vuelvo al tema a raíz de lo que me has comentado por correo electrónico: el miedo o desinterés de la gente por saber, el hecho de que la curiosidad sea vista como indeseable o peligrosa, no vaya a ser que a uno le llamen "friki" o raro o demás.

Es verdad, hoy en cuanto sabes algo más de algo, la gente te toma por empollón, friki, etc. Si lo enfocamos bajo la luz de la “emulación”, se nota que no hay muchos famosos que lo sean por su cultura o saber, aunque habría que preguntarse hasta qué punto los hubo en el pasado (por ejemplo, la “fabricación” mediática de Einstein como sabio no por su saber, sino por su excentricidad) Lo que sí es verdad es que, dentro de los atributos deseables de los famosos, no está la cultura o el afán de saber. Eso indica que, al margen de la utilidad de la ciencia y la cultura, ambas no son vistas hoy como un bien deseable al que aspira la sociedad y lucen los famosos. Creo que eso tiene que ver con dos cosas: la forma de ver la ciencia, la tecnología y la cultura hoy es muy utilitaria: “usar y tirar”. Parece que se puede usar como una herramienta sin esfuerzo, sin estudiar, sin tener que comprender de qué va todo. Pero el meollo del asunto está en que nuestra sociedad ha desplazado el conocimiento y todo lo demás y sus valores supremos son la comodidad y la felicidad. Bueno, siempre han sido bienes supremos, pero las manifestaciones de hoy apuntan a su exageración: guías de autoayuda, insistencia en “el camino de la felicidad” en el deporte, el amor, etc. A la vez, ya no existe esa imagen de tiempos de nuestros padres y abuelos del saber como algo deseable: quienes no habían tenido oportunidad de estudiar también reconocían lo importante que podía ser tener estudios. Ya no es así y tal vez no solamente porque sea más fácil entrar en la universidad o acceder al conocimiento (por esa regla de tres, la gente se interesaría menos por el porno y parece que es al contrario) Hoy se asocia el conocimiento como fuente de insatisfacción, de infelicidad, tanto por el sacrificio que exige su camino como porque, al ir alcanzando metas, se dan cuenta que muchos sabios son infelices y que la inteligencia no da la felicidad. Esto es muy interesante, tal vez podamos hablar de ello en el Proyecto Libro. Sin negar lo que hay de verdad en ello, hay que desterrar el tópico de inteligencia = infelicidad. Nos puede ayudar en ello “Matrix”, como siempre: la elección de la pastilla ofrece la verdad, nada más. Pero después de la infelicidad de Neo, llega su transformación: el amor y el sacrificio hacen que merezca la pena. Ya puliremos más el ejemplo. Me interesa también demostrar la falacia desde otro extremo: la gente renuncia a la inteligencia y el conocimiento para no ser infelices, pero, a la vez, no se dan cuenta que en esa loca carrera de libros de autoayuda, batiburrillo de filosofías, misticismo y esoterismo, etc., todo eso les hace aspirar a una felicidad que no se alcanza en la forma que se vende o que la gente pretende: la felicidad no puede ser eterna, es efímera. Por desgracia, esto va a hacer que varias generaciones, incluyendo parte de la nuestra y anteriores pero, sobre todo, los más jóvenes, se conviertan en unos frustrados que no pueden alcanzar los sueños MTV o del famoseo. O sea, también los tontos e ignorantes son infelices, luego la clave de la felicidad no está en el conocimiento, sino en la disposición, en la actitud ante la vida. Hay varias vías de enmendarlos, pero hay mucha falacia en todo el batiburrillo de Paulo Coelho y demás; por supuesto que el nihilismo y la negatividad de “El Club de la Lucha” también tiene sus peligros (y muchos), pero Tyler tiene razón en lo de que no somos tanto esos seres especiales, sino “la mierda cantante y danzante del mundo”