16 octubre 2007

¿Cómo ser feliz y no morir en el intento?


He aquí la eterna pregunta que a su vez puede, suele y yo diría que incluso debe acompañarse de las preguntas ¿qué es la felicidad?, ¿se debe buscar esta, (la felicidad), como fin o como medio en la vida? Digo esto porque puede parecer implícito en la pregunta inicial que el “ser feliz” se hiciera necesario hasta el punto de correr peligro intentando serlo. Por ahora no digo ni que sí ni que no y me reservo la opinión al respecto para más adelante en esta entrada del mes de Octubre. Vayamos por partes.

Definir la felicidad no es aunque lo parezca a simple vista una tarea fácil. El DRAE la define como “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Quizá peque esta definición de ser un tanto materialista pues pareciera que, de no poseer un bien, el estado de ánimo venido a llamarse felicidad no fuera posible. En cualquier caso y mas allá de las mil definiciones distintas que pudieran hacerse del término felicidad, se trata de un estado complejo que se opone a la tristeza. Yo me atrevería a decir que la felicidad es un estado de ánimo según el cual el individuo percibe que su existencia es armoniosa, en lo que respecta a sí mismo en relación con el medio en el que se mueve y en lo que respecta a sí mismo en relación consigo mismo. Como dice Henry Van Dike (escritor estadounidense del que no conozco nada pero al que he encontrado en internet en una cita sobre la felicidad), “la felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos.” Es por ese motivo que particularmente doy una importancia superlativa a la parte de mi definición en la que me refiero a la relación de uno mismo consigo mismo. Se puede tener todo en el plano material en esta vida y ser profundamente infeliz y viceversa. Como estrategia de marketing no está nada mal hacernos creer que la felicidad se alcanza con la posesión de bienes, pues eso no contribuye sino a exacerbar el consumismo cainista inherente a nuestra sociedad actual, y de hecho podemos observarlo a diario en todos los lugares, la publicidad, el payaso triste frente al alegre que lava su ropa con el detergente de turno, el niño triste y el contento que consume el chocolate fulanito, el ama de casa sudorosa con dolores de espalda y sufriente frente a la impoluta ama de casa que sonriente exalta las cualidades maravillosas del limpiador sutanito que para colmo viene con mayordomo incluido, el sufriente gordo michelínico que suspira de cansancio frente a sus relucientes, peludas y bamboleantes lorzas, frente a la reluciente tableta abdominal del culturista atiborrado de estupefacientes que lejos de venderte los efectivos anabolizantes responsables de su escultórica figura, pretende que creas que el responsable de sus tersas y prietas carnes son fruto del uso de un cinturón vibrador que muestra sobre sí mismo en plena acción con cara de felices circunstancias, etc… Todo eso entra dentro de la lógica de mercado y el marketing desde que alguien se dio cuenta, se ha convertido en toda una ciencia dedicada a crear necesidades a quien no las tiene, de modo, que de no satisfacerlas se sienta no complacido y por tanto algo menos feliz que en el caso de satisfacer dicha “necesidad”. Lo grave de este asunto no es como digo, que el marketing haga uso de esta falacia en su provecho, lo grave es que el DRAE entre a saco en el tema con definiciones como esta.

La verdad sea dicha, lo que digan los académicos o dejen de decir no me afecta mucho, es más, me la repanpinfla alegremente. Por eso mismo, a pesar de ellos sigo defendiendo que tiene más relevancia y contribuye en mayor medida a la felicidad del individuo, la relación de este individuo con su propio yo, ¿pero eso cómo se come? Quiero decir, que eso está muy bonito en boca de un psicoanalista argentino pero en la práctica ¿en qué consiste eso de estar en armonía con uno mismo? ¿Acaso se trata de algún tipo de onanismo mental pseudoascético? La respuesta a esto es que sí y no al tiempo, y no es que tenga complejo de guardian de la puerta de dragones y mazmorras o de maestro Yoda recién fumado, sino que la búsqueda de la felicidad para aquel que la emprende, acaba indefectiblemente siendo un recorrido egoísta, en el sentido neutro de la palabra, al tiempo que fracasa siempre que se pretenda prescindir de los demás en esta búsqueda, por lo que lo del ascetismo no acaba siendo práctico en absoluto.

Me explico; Si entendemos el concepto de armonía sin necesidad de demasiadas explicaciones podemos entender que seamos más felices cuanto más integrados estemos con nuestro entorno, incluyendo en nuestro entorno a nuestro propio pensamiento. No es extraña a nadie la sensación que todos hemos tenido alguna vez de encontrarnos como espectadores de verdaderos debates internos cuando hemos tenido que tomar alguna decisión de importancia o cuando queremos deshacernos de pensamientos negativos que en algún momento nos invaden. Es como cuando en los dibujos animados se nos aparece un diablillo y un angelote, cada uno en un hombro discutiendo e intentando convencernos de qué debemos hacer. Pues bien, en esas escenas, nosotros no somos ni el angelote ni el diablillo y estamos como espectadores de dicho debate. Pues bien, eso somos nosotros, un ser que incluso se coloca por encima de ese pensamiento o de ese sentimiento sea positivo o negativo, de modo que podemos sentirnos cómodos con ese pensamiento (o sentimiento) o no y por ese motivo incluso entrar en fases patológicas en las que los pensamientos (o sentimientos) negativos nos agobian y no nos dejan ser felices. Como si esos pensamientos tuvieran un origen externo a nosotros mismos, cuando somos nosotros los que los generamos, incluso a pesar de nuestro deseo, y si no, ¿por qué motivo los calificamos de negativos? En la escena de dibujos animados, el protagonista observa y atiende a los motivos que tanto el diablillo o el angelote esgrimen, pero en ese momento su actitud es receptiva y no es influido por las posibles consecuencias de una “decisión” que aún no ha tomado aunque siempre esconde un deseo en el fondo (normalmente en la línea de las tesis del diablillo). Conste de antemano que nada de esto pretende tener nada que ver con el concepto de conciencia tradicional. Lo que quiero transmitir con este ejemplo es la idea de que no es una desfachatez hablar de estar integrado con uno mismo en la medida en que podemos vivir, actuar, o como poco aceptar sin más la realidad de nuestros pensamientos sin contraponernos a ellos o sin dejar que estos nos afecten como el personaje que los contempla sin tomar una decisión mientras todos estos pensamientos (los positivos y los negativos) se pasean ante sus narices, incluso cuando menos se lo espera o incluso a su pesar. Aprender a convivir con nuestros propios pensamientos y con nuestros propios sentimientos sin dejar que estos nos condicionen hasta el punto de hacernos personan infelices, es el camino idílico y utópico hacia la felicidad y este es difícil como ninguno.

Todos nosotros estamos expuestos a multitud de experiencias, hechos, sucesos, vivencias, que al ser confrontadas con nuestros deseos y expectativas entran en conflicto, de modo que dicha confrontación y la sensación que provoca en nosotros el no ver complacidos dichos deseos nos imbuye en una dinámica de búsqueda de una solución, que no solo acabe con el conflicto sino que además resuelva el mismo en el sentido de la consecución favorable de dicho deseo. Esto, que parece un trabalenguas, encierra la clave de la infelicidad a mi modo de ver, pues resulta que lo que nos hace infelices en realidad es el hecho de que nuestros deseos se confronten negativamente con lo que vivimos y no necesariamente el que dichos deseos no se vean cumplidos. Pongo un ejemplo para que se me entienda: Supongamos que en general soy una persona feliz que deseo fervientemente más que nada en este mundo comprarme un coche dentro de un año, pues bien, de este modo mientras yo esté trabajando y ahorrando para poder comprarlo y a pesar de no tener el coche en mi poder aún, no tengo porqué sentirme infeliz por esta causa, pero si me dejan parado la semana que viene, surgirá en mí un sentimiento de infelicidad derivado del contraste de mi deseo con la realidad de la dificultad de poder llevarlo a la práctica. En ambos casos, en la misma fecha sigo sin tener coche pero en uno me siento feliz (o al menos por ese motivo no tengo porqué sentirme infeliz) mientras que en el otro me inundan sentimientos de derrota, fracaso, desdicha y en definitiva infelicidad. Supongamos siguiendo el mismo ejemplo que siendo la misma persona, exactamente la misma persona en lo que respecta al resto de mi vida, no albergase en mí ese deseo de comprarme un coche. Al sufrir ese percance de pasar por la situación de quedarme en paro no estaría expuesto a sufrir infelicidad por ese motivo en concreto de un deseo que no albergo. Con esto no quiero decir que la clave de la felicidad esté en no albergar deseos o expectativas de futuro en la vida, porque gracias a ellas podemos vivir, pero sí que podríamos comprender (y gracias a ello hacernos más fácil el trabajo siguiente) que la intensidad y la flexibilidad con que alberguemos esos deseos, condiciona sobremanera la respuesta que seremos capaces de dar ante la frustración de los mismos. Por ejemplo, ahora mismo puedo sentir el deseo de comer chocolate pero el que mi madre me lo prohíba no tiene porqué hacerme sentir infeliz pues tampoco se trata de un deseo o una necesidad que no pueda posponer o cambiar por otra.

Cada acto que realizamos en nuestras vidas responde a una motivación, ya sea esta consciente o no y esto le ocurre al menos a todos los vertebrados. Ante un estímulo, nuestro cerebro reacciona generando una motivación que nos lleva a realizar un comportamiento aunque sea simple. Por ejemplo ante el recuerdo espontáneo del disfrute pasado viendo un determinado programa de televisión nuestro cerebro se activa motivándonos para levantarnos y sentarnos delante de la pantalla. Ante la sensación de descontrol que supone no tener conocimiento del lugar donde nos encontramos nos motivamos para desarrollar comportamientos exploratorios y de cautela y precaución, por lo que inhibimos en parte nuestro comportamiento social, observamos a nuestro alrededor más de lo acostumbrado y nos olvidamos en ese momento de aspectos como el sexo, la tele o la comida hasta que otro estímulo superior desvía nuestra atención y nuestro cerebro deja de buscar y orientarse para ocuparse de elaborar comportamientos adecuados para la consecución de la satisfacción de dicho estímulo. Cuando somos pequeños apenas tenemos control sobre este mecanismo de respuesta a estímulos y activación de respuestas comportamentales preprogramadas, de modo que tan pronto estamos llorando como sonreímos en cuanto alguien nos hace una carantoña para hacernos callar. Si se nos prohíbe algo que deseamos como chocolate o se nos quita un juguete lloramos automáticamente porque no somos capaces de controlar el sentimiento de infelicidad que en nosotros genera el deseo insatisfecho (de seguir jugando o de comer chocolate). Sin embargo del mismo modo tenemos más facilidad de cambiar ese deseo por otra motivación que nos haga olvidar ese hecho y al rato cambiamos de juguete o nos olvidamos del chocolate si nos cogen en volandas y nos hacen cosquillas haciéndonos reír durante un buen rato. La diferencia con el crecimiento es que para poder hacer frente a una vida adulta tenemos que ir siendo cada vez más conscientes de las posibilidades futuras de nuestros comportamientos de modo que nuestras motivaciones comienzan a dirigirse a objetivos a más largo plazo que el comerse un chocolate en el momento por lo que el mecanismo de cambio de motivación acaba haciéndose más rígido conforme vamos haciéndonos mayores. Se trata precisamente de eso que valoramos en los adolescentes cuando les decimos que están madurando si les vemos tomar decisiones que tienen más en cuenta las repercusiones futuras (estudiar, ser cautos, reflexionar antes de tomar decisiones,…), frente a la actitud “alocada” típica de la edad. En esa época aún no han perfeccionado el mecanismo de control sobre el centro de las motivaciones y por eso nos sorprenden con actitudes “maduras” tan pronto como ante cualquier estímulo cambian de opinión rápidamente dejándose llevar o nos dan una pataleta si no les dejamos comer chocolate.

En los adultos este control tiende a perfeccionarse en el sentido de hacerse más rígido y no tan flexible de modo que no nos veamos expuestos a los vaivenes de nuestro cerebro cada vez que se planta ante nosotros un estímulo atrayente, permitiéndonos concentrarnos en una tarea que previamente hemos decidido que es importante. Pues bien, aquí está la clave del asunto, la rigidez de este mecanismo se vuelve tal, que perdemos la capacidad de “amoldarnos” a las circunstancias cuando estas afectan a deseos de futuro a medio o largo plazo, (o sea, precisamente al tipo de deseos o motivaciones que consideramos importantes y que potencia nuestro desarrollo). Del mismo modo, adquirimos una cierta capacidad de adaptación a los cambios inmediatos para poder hacer frente a la toma de decisiones diaria de los imprevistos de la rutina (para la que también estamos diseñados por nuestro desarrollo) y por ese motivo llevamos mejor la prohibición del chocolate que los niños, los adolescentes, los adultos con falta de madurez o aquellos adultos con patologías que afectan a este mecanismo de control y cuyos efectos suelen ser obesidad por ingestas compulsivas, personas que no pueden evitar atacar sexualmente a otras, trastornos obsesivo-compulsivos, etc…

¿Entonces cuál es la clave de la felicidad? Como ya he dicho, no se trata de no albergar deseos o perspectivas de futuro sino de Comprender que el ser rígidos a la hora de Aceptar aquellos hechos o circunstancias que nos sobrevienen incluso a pesar de nuestros deseos acaba generando más infelicidad en nosotros que el hecho mismo en sí. Es el tiempo que tardamos en aceptar un hecho que nos genera conflicto el que sufrimos y describimos como “infeliz”. Aceptar como algo inevitable, o incluso esperar la muerte de un familiar cercano, por ejemplo, disminuye la sensación de infelicidad que esta muerte inevitablemente genera debido a que esta muerte choca con nuestro deseo de que dicha persona permanezca con nosotros, mientras que aquellos que se niegan a asumir dicha pérdida, acaban sufriendo más hasta que terminan por darse cuenta de que aferrarse a un deseo irrealizable no hace sino hacerles sufrir en vano. En estos casos, por seguir el lúgubre ejemplo, sufre más la pérdida quien más cercano se encuentra al difunto en cuestión y por tanto quién más expectativas de futuro tenía con él.

La clave por tanto de la felicidad está en darse cuenta, a base de meditar mucho sobre el tema y de ejercitar a diario el control de la impulsividad y del mecanismo por el que controlamos nuestros deseos, que dicha felicidad no depende de lo que vivimos o de lo que procede del exterior. Los avatares, las circunstancias, los accidentes, los problemas, e incluso la relación con otras personas son asuntos sobre los que no podemos pretender tener un control al 100% pues dependen en gran medida del libre albedrío de los demás. Por ello debemos inmunizarnos de la infelicidad comprendiendo cuanto antes que, si a pesar de nuestros deseos, empeños y esfuerzos por conseguir ser seleccionado en una entrevista, o mantener nuestra relación de pareja o llegar sanos a nuestro destino en un largo viaje por carretera, algo de esto se ve frustrado, no podemos darnos el castigo extra de dejarnos influir por un cerebro que no está preparado para ser flexible y asumir que debe cambiar de motivación de forma inevitable porque por más que se empeñe no va cambiar la frase “ya te llamaremos” o “hasta aquí lo nuestro” o recuperar la pierna perdida en Cuenca en el choque contra el kamikaze borracho e irresponsable de turno.

Todos estos eventos nos generan “dolor”, y este dolor es inevitable pero los pensamientos negativos y el no aceptar ese dolor cuando resulta inevitable nos generan “sufrimiento” y es ese sufrimiento el responsable de nuestra infelicidad. El dolor es siempre momentáneo y temporal por lo que no es el causante de que nos sintamos infelices, el causante de esa infelicidad es la falta de aceptación de la consecuencia de ese hecho que ya es pasado y que no tiene vuelta atrás. Por ejemplo, un futbolista que juega una final de un mundial y se tuerce un tobillo llora, pero el llanto puede ser de dolor físico o un llanto amargo y desconsolado debido al sufrimiento extra que se genera en su cabeza cuando se da cuenta de que dicha lesión le impide terminar el partido. La sensación de sufrimiento puede ser mayor si la lesión se produce cuando su equipo se encuentra a un minuto del final, con un empate en el marcador y está a punto de marcar gol con la portería vacía, o al contrario si se trata del portero y la lesión se produce cuando su equipo está ganando a un minuto del final, al realizar una parada espectacular que evita el empate. En definitiva, un mismo hecho, a saber: “lesionarme el tobillo en la final del mundial y tener que abandonar el terreno de juego siendo la ilusión de mi vida terminar el partido jugándolo” puede ser una experiencia más o menos dramática dependiendo de otros muchos factores. Pero incluso dos jugadores diferentes ante ese mismo hecho, y en idénticas circunstancias pueden sufrir más o menos dependiendo de la importancia que le den a este hecho aunque con el mismo deseo y la misma motivación a los dos les genere dolor el no poder acabar el partido. Al día siguiente uno puede estar entrenando para recuperarse y preparar el mundial de dentro de cuatro años y el otro en cama llorando, sin ganas de comer y sin querer ver ni hablar con nadie.

Por todo esto es importante saber aceptar la realidad y asumir esta tal cual es en cada momento, sin generar sufrimiento extra por no conseguir que en el presente dicha realidad sea diferente a la que deseábamos. Aceptar, ojo, que no significa lo mismo que conformarse. Quiero decir, aceptar que me han robado, significa asumir que esto acaba de ocurrir y que debo serenamente pensar en el siguiente paso a dar,a pesar de la rabia en potencia que puede estar deseando hacerse dueña de mí. Por lo pronto, “me han robado y punto y seguido” sería aceptar que eso ha pasado, aunque odie pasar por una situación así porque ello me causa dolor o me produce un daño o un perjuicio (incluso un daño económico o de cualquier otra índole). Por otro lado, “me han robado, maldita sea, que putada, con lo bien que estaba yo sin que nadie me molestara, ¿porqué me he tenido que pasar a mi?, ¡qué mala suerte tengo!, ¡maldita sea la hora en que pasé por aquí!, …” implica además del perjuicio o dolor causado por el evento,un sufrimiento extra que yo y solo yo me autoinflinjo y que no deriva del hecho de que me hayan robado sino de mi capacidad para reconducir mi respuesta, hacia una respuesta útil que no aumente el sufrimiento que dicho perjuicio inevitablemente me causa. Es decir, mi dinero se ha esfumado, mis tarjetas de crédito también, voy a tener que esperar colas kilométricas para renovar el carnet voy a tener que perder tiempo denunciando el robo, he perdido la foto de mi perrito que tenía en la cartera, etc… pero lamentándome no voy a arreglar nada, es más, todo lo contrario porque de esa forma me estoy generando un sufrimiento innecesario que no merezco, porque no he venido a este mundo para ser infeliz. Y eso de "he venido a este mundo para..." no suena a nada, que ya os veo a más de uno conjurando aquelarres contra mí. Sencillamente no hemos venido a este mundo a sufrir porque no estamos predeterminados a nada por un lado y porque tendemos de forma natural a buscar aquellas situaciones y circunstancias que nos hagan felices, de modo que si tenemos algún objetivo en esta vida es como digo el de ser felices, objetivo que cada uno puede intentar alcanzar por los medios que estime más oportunos.
Por eso concluyo. La clave de la felicidad gira en torno a varias palabras como son:

ACEPTACIÓN: que no conformismo, pues se puede e incluso diría que se debe trabajar para cambiar las cosas si se considera que no están como debieran, pero aceptándolas en cada momento tal cual son. Es decir, soy gordo sí, y no me gusta, pero eso es lo que soy y me acepto ahora mismo tal cual soy sin que eso me lleve a avergonzarme ni a machacarme la cabeza lamentándome por ello, lo cual no quita que al momento siguiente no decida ponerme a dieta para poder lograr en el futuro dejar de serlo. Pero ojo, no pretenderé dejar de ser gordo porque el serlo me lleva a ser una persona infeliz mientras lo soy, sino porque entiendo que es lo que más le conviene a mi organismo en el futuro.


INTEGRACIÓN: Adaptación a mi medio a base de aceptarlo en el presente tal cual es, pudiendo hacer los planes de futuro que desee para influir en él. Integración conmigo mismo en el sentido en el que me reconozco un ser más allá de los pensamientos que genero y que independientemente de cuales sean estos pensamientos y de las circunstancias que me afecten se merece ser feliz, por tanto tengo que comprender que lo importante de mí soy yo y no mis pensamientos y/o mis sentimientos, que a veces me juegan malas pasadas.

RECONOCIMIENTO: De la importancia que para mí mismo tiene mi propia felicidad y reconocimiento de la importancia que en mi vida tienen los demás como seres libres, que por más que lo desee no puedo controlar, y por tanto, tengo que aceptar sus fallos y sus virtudes (sin caer en el conformismo).

AMOR: Hacer del amor el centro de mi vida y comprender que si todo lo que hago lo hago con amor primero hacia mí mismo y por tanto al mismo tiempo hacia los demás va a ser más fácil
alcanzar la felicidad.

Por último, en respuesta a la pregunta que da título a este artículo: lo cierto (al menos desde mi punto de vista) es que la Felicidad no es algo que se obtiene cuando se alcanza sino mientras se busca cuando se cree que se puede alcanzar, por tanto para ser feliz hay que morir en el intento.

La suprema felicidad de la vida es saber que eres amado por ti mismo o, más exactamente, a pesar de ti mismo.
Victor Hugo (1802-1885) Novelista francés.

El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace.
Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo y escritor francés.

Ver artículo de Wikipedida sobre el término Felicidad. Muy interesante.

21 septiembre 2007

Educación para la ciudadanía ¿Empezando por quién?

Pretendiendo sin cortarme un pelo ser polémico si es necesario, este mes me dispondré a hablar sobre la “temida” asignatura de “Educación para la ciudadanía”. A mi entender no parece haber problema alguno en enseñar a los más jóvenes algo que deben saber, como que en nuestro país existe una cosa que se llama Estado de derecho y lo que ello implica, así como preceptos constitucionales básicos como derechos y obligaciones que todos debemos considerar. El derecho a la intimidad y al honor, el derecho a una vivienda digna, el derecho a un juicio justo considerando la presunción de inocencia, el derecho a la vida (del cual deriva la prohibición de la pena de muerte), el derecho a la educación, el derecho a una atención sanitaria adecuada, el deber del estado de proteger a la familia, el derecho de sufragio activo y pasivo, las obligaciones como ciudadanos: pagar impuestos, defender el país y la constitución, cumplir las leyes, denunciar a aquellos que las incumplen, etc…

Algunas cosas nos gustarán más y otras nos gustarán menos, pero al menos yo estoy de acuerdo con la mayoría y de otro modo no nos queda sino promover el cambio de estas normas básicas si es que no las queremos pero con los mecanismos que igualmente están recogidos a tal fin. La idea que quiero subrayar es que para todo debemos seguir las reglas del juego siempre y cuando estas reglas no nos han sido impuestas a los ciudadanos de forma autoritaria o despótica. La constitución la aprobamos todos los españoles en referéndum de modo que si no nos gusta nos jodemos y nos ponemos manos a la obra para mejorarla, pero siguiendo las normas del juego que también han sido escritas de forma democrática. Por eso digo que mientras las normas sean las que son, veo no solo sano y positivo sino acaso imprescindible que los escolares aprendan estas normas y creo que el título de la asignatura “Educación para la ciudadanía” es en este sentido más que correcto.
Hasta aquí no creo tener muchos detractores aunque el mundo es una caja de sorpresas y seguro que sale algún conejo de la chistera, (bienvenido sea si es el caso). El problema fundamental creo que llega cuando además de las normas constitucionales y legales que rigen los derechos y deberes de todos los ciudadanos y por tanto que todos debemos conocer y respetar so pena de acciones legales civiles o penales, se añaden a esta asignatura conceptos, ideas y aspectos morales que en principio siempre son discutibles al no existir una única, universal, indiscutible e infalible moral y/o ética no ya en España sino en el conjunto de culturas que componen el cada vez más pequeño mundo.
A estas alturas, al menos en España, no creo que haya mucha gente capaz de discutir con argumentos aceptables y sólidos sobre la conveniencia o no de ser “buenos ciudadanos” al, por ejemplo, no tirar desperdicios al suelo cuando se pasea por la calle pudiendo arrojar los mismos en la papelera de la esquina. Aunque esto sea muy común y todos lo veamos a diario sin comprometernos en reprimir estas conductas, el hecho de que existan “ciudadanos gorrinos y detestablemente estúpidos”, no significa que tirar papeles al suelo sea aceptable. Quiero decir, que el hecho de que existan individuos que no son capaces de asumir el valor de la higiene y la responsabilidad para con aquellos que como yo gustamos de pasear por una calle limpia y libre de colillas, excrementos, envoltorios, billetes de metro, etc, no significa que incluso estos individuos tengan argumentos suficientes para rebatir la afirmación de que eso está mal hecho. Como ese ínfimo ejemplo habría otros muchos que aunque pudieran ser objeto de discusión creo que están bastante consensuados e discutidos ya como para que generen polémica. ¿Alguien está en contra de enseñar a los niños que no deben arrojar basura al suelo cuando están en la calle? ¿ Acaso alguien está en desacuerdo con que a los niños y niñas de este país se les enseñe a que deben respetar y cuidar su entorno natural y ser más responsables a la hora de hacer un consumo de energía para no contribuir a la degradación del medio ambiente? Ya digo, este tipo de aspectos serían incluso discutibles pero creo que no generan polémica al estar ya muy extendidos entre la mayor parte de la población.
Ahora bien, conceptos como la familia parecen traer de cabeza al país entero, la sexualidad y el amor están resultando ser problemas que preocupan sobremanera a unos y otros en relación a la enseñanza que sobre los mismos puede llegar a hacerse. Es lógico que esto ocurra, sobre todo porque si uno repasa los diferentes textos puede ver que las diferencias en aspectos como estos son en ocasiones abrumadoras. El problema estriba a mi modo de ver en que no se es objetivo y ciertamente libros de una y otra tendencia pretenden adoctrinar en unos y otros sentidos. Por ejemplo, en algunos libros como en el de la editorial Casals puede leerse del puño del psiquiatra D. Enrique Rojas "Una gran mayoría de amores tienen poco de amor". "Hay pasión, deseo, interés, empeño o una atracción física y sexual... Pero no es verdadero amor". La clave está para el autor de Adiós a la depresión, en "conducir a la verdad a la persona amada". En esta sociedad algunos tienen pesadillas y se preocupan hasta el desasosiego por definir palabras que pertenecen a la esfera de lo privado en muchos de los casos. ¿Por qué tanto empeño en definir o determinar con carácter adoctrinante lo que es “verdadero amor”? ¿Dónde está escrito lo que es y lo que no es amor? ¿En sus libros? Cuanta gente no ha escrito del amor y aún así cada uno dice algo diferente de él en cada ocasión. ¿Quién tiene la autoridad para determinar cuál es la “verdad verdadera”? Claro, con asuntos como este no me extraña que algunos padres se indignen al ver que a sus hijos les limitan la capacidad para descubrir por ellos mismos lo que es el amor de forma natural. El amor es un sentimiento (y en eso creo que estamos todos de acuerdo, más allá de que se puediera describir en términos más o menos científicos el concepto “sentimiento”), y sobre sentimientos no se puede determinar porque pertenecen a la esfera de lo privado. Si yo siento amor hacia un determinado individuo, ¿quién es nadie para determinar que eso que yo y solo yo estoy sintiendo es tal o cual cosa?
Con respecto a las diferencias entre hombres y mujeres, resulta que entre todos los libros nos generan un embrollo mental que resulta patético. En algunos, como los de las editoriales Algaida y Octaedro, se habla de la inexistencia de diferencias debidas a los condicionantes biológicos, achacando toda diferenciación en las relaciones de género dentro de la sociedad a motivos culturales, educacionales o incluso a la imposición. Pues bien, esta concepción es a mi entender radicalmente errónea y me explico: No me cabe la menor duda que los condicionantes sociales, culturales, educacionales y en muchos casos la imposición machista, han generado diferencias ficticias que a la vista de mentalidades educadas en esos mismos principios puedan parecer naturales, pero la realidad es que para algunas pequeñas cosas en las cuales no voy a entrar, pero que son muy importantes, las diferencias biológicas repercuten en el comportamiento de uno y otro sexo de forma muy significativa. Claro está, la mayoría de estas diferencias en el etograma humano, de un sexo respecto del otro, tienen relación con el comportamiento sexual, pero no olvidemos que el sexo nos gobierna en prácticamente todas las facetas de nuestra vida aunque en la mayoría de esas ocasiones no seamos conscientes de ello. Pero claro, de ahí a afirmar como se hace en la editorial Casals que "La mujer ha sido siempre la que ha trasmitido los sentimientos, el mundo de la afectividad... La madre humaniza la familia. Es ella el cemento de unión. La ternura es el ungüento del amor", me parece extremo y e incluso insultante. ¡Que tremendos mamarrachos, rebaño de impresentables, cacareadores de lo aberrantemente incoherente y vociferante plaga de traumatizados pervertidos de la razón! Imagino que no soy el único al que indignan frases como esta que separan al hombre por completo del mundo de la afectividad. Vale, repasemos, ¿tengo que entender que como la mujer ha sido siempre la que ha transmitido los sentimientos, el mundo de la afectividad… me tengo que mantener al margen como hombre de este asunto y seguir dejando hacer a “la mujer”? No sé cómo tomármelo, si como un dato histórico (bastante poco argumentado o explicado cuanto menos) o una justificación de que eso es lo normal y por tanto lo que le corresponde a “la mujer”. ¿Acaso lo dicen para que le demos un aplauso a “la mujer” por haberse currado desde siempre esta tarea que sin duda corresponde tanto a hombres como a mujeres? ¿Acaso niegan de forma implícita la capacidad o la eficacia del hombre para llevar a cabo esta tarea ayudándose del pedestre argumento de que por eso La mujer ha sido siempre la que ha trasmitido los sentimientos, el mundo de la afectividad...? ¿Qué se insinua en esa frase? Acaso el problema es mío y en realidad no se pretende insinuar nada quedando el dato como un mero apunte histórico. ¡Joder!, ¿de verdad eso ha sido así “siempre”? La siguiente concatenación de frases no me deja menos perplejo, pues resulta que “La madre humaniza la familia. Es ella el cemento de unión. La ternura es el ungüento del amor”. ¿Y el padre no humaniza la familia?, ¿la deshumaniza entonces, pasa del tema, ni humaniza ni deshumaniza? A lo mejor, el padre también humaniza la familia pero sólo a veces. El caso es que lo que queda claro según la frase es que “La madre humaniza la familia”, o sea, que si eres madre, tú humanizas la familia aunque seas una nefasta criatura irresponsable sin educación, que pasa de sus hijos y se dedica sin remisión a tragarse uno detrás de otro, culebrón tras culebrón mientras tu hijo juega solo en su cuarto a la Playstation durante horas y horas sin que le interrumpas para leer con él o hablar de los problemas que tiene en el colegio con la manada de lobos con aspecto de niños que le acosan sin descanso todos los días mientras tu ves la teletienda, o te vas a la peluquería a pasar la mañana hablando del chisme de turno o del programa de ayer donde se sodomizaba moralmente al famosillo de tres al cuarto que tocara. Todos sabemos tirar de tópicos absolutistas pero hay algunos que llegan a irritar sobremanera.
Desde luego que no todas las mujeres son como el retrato que acabo de hacer, del mismo modo que no entiendo como se pueden hacer afirmaciones tan tajantes y maniqueas como que la mujer humaniza la familia, así a secas, y quedarse tan pancho. Tranquila, hagas lo que hagas, si eres madre, tú humanizas a la familia siempre y cuando el concepto “madre” venga precargado de una serie de prejuicios que lleven implícito, que de forma inevitable se deba asociar el ser madre con “humanizar la familia”. Pero es que además “Es ella el cemento de la unión”, y no otro, sino ella. Que a nadie se le ocurra que no es otra sino ella el cemento de la unión. ¿Entonces el hombre que és? ¿el ladrillo? ¿Acaso el hombre no puede ser cemento de la unión? Me parece una ofensa intelectual que comentarios como estos aparezcan en un libro de texto.
Por ese motivo entiendo que a muchos padres (y algunos que no somos padres aún y nos preocupamos por aspectos como estos), no les guste “Educación para la ciudadanía”, aunque a todos nos pueda parecer correctamente poética la frase La ternura es el ungüento del amor. Ahora lo que no tengo claro es si el ponerla justo después de las frases anteriores asocia directamente mujer y ternura, pero eso debe deberse a que yo soy muy mal pensado.
En otros temas como la idea de familia, o el tratamiento que se hace del hecho religioso no son menos polémicos. Pero vamos a ver, ¿a quién le importa que yo considere a mi perro como parte de mi familia?, ¿afecta en algo para que tú no puedas seguir considerando a tu suegra parte de la tuya?, ¿acaso tiene efectos legales perniciosos para ti?, ¿acaso insulta a tu suegra el que yo considere a mi perro parte de mi familia del mismo modo que tu la consideras a ella parte de la tuya? Todo eso entra parte del ámbito privado del mismo modo que la religión y las creencias de cada uno siempre que estas creencias sean respetuosas con la ley. Quiero decir, si tu creencia te lleva a valorar que matar a cualquiera que se te cruce por delante es lícito, me da igual que sigas creyéndolo mientras no lo pongas en práctica porque de hacerlo te voy a meter en la cárcel del mismo modo que si creyeras que los girasoles son antenas extraterrestres teledirigidas con fines perversos e igualmente mataras a quien lo negase. Ahora bien, lo que no es de recibo es exigir que la ley, que es lo que es mientras no nos inventemos otra forma de implantarla, se escriba de modo que valga para todos. No puede contentar al que cree que matar es lícito y al que cree que no lo es y creo que no hay nadie que no esté de acuerdo conmigo en que sobre este asunto es importante legislar. Pues resulta que hay ciertas cosas que no afectan a minorías sectarias sino a amplios grupos de población que se enfrentan ideológicamente en multitud de ocasiones, pero incluso sobre estas cosas hay que legislar en la mayoría de los casos y si las posturas son irreconciliables no hay más remedio que aceptar la consideración de la mayoría, al menos mientras el sistema es el que es. Si la mayoría consideró que a una unión entre dos mujeres se debe considerar a todos los efectos legales como matrimonio todos los demás debemos acatar y respetar la ley y no hablar como si esta no existiera. Además pensemos que si la mujer es el cemento de la unión a un matrimonio de lesbianas no va a haber nadie con los "cojones" suficientes para romperlo por muy intransigente que se ponga, ¿o es que las lesbianas no son mujeres?
En definitiva y retomando la cordura y la moderación, iré concluyendo. Pienso que una asignatura como esta no debería tocar explícitamente asuntos morales a pesar de que estos estén condicionados por legislación vigente. Lo que si veo imprescindible es enseñar a nuestros menores que el respeto a la ley es algo irrenunciable, el conocimiento de estas leyes (al menos las más básicas que se refieren a derechos y deberes de los ciudadanos) debería ser también un pilar de la misma, la educación vial, la educación en lo que significa el respeto a la libertad de expresión, la tolerancia, la mentalidad y análisis crítico, la responsabilidad y la solidaridad, el valor del trabajo y el esfuerzo, la educación sexual desde el punto de vista sanitario pasando de la cuestión emocional pero haciendo incapié en el respeto mutuo y en la dignidad de las personas como elementos irrenunciables y exigibles en el comportamiento de todo individuo que quiera ser aceptado en esta sociedad. En fin, un montón de contenidos que se podrían tratar sin necesidad de que nadie se viese ofendido, ninguneado o manipulado y que sin duda yo defiendo como objetivos irrenunciables dentro de una asignatura que del mismo modo considero imprescindible y que debería pactarse en cuanto a contenidos.
Por cierto, para el que no lo sepa he sido catequista de gente joven (odio la catequesis para la primera comunión) durante muchos años (hasta el año pasado) y en el momento actual no ejerzo como tal por falta de tiempo material y ubicación espacial. Soy cristiano confirmado y convencido dentro de la iglesia católica a la cuál critico de forma intensa y a la cual analizo con multitud de matices diversos. Mi fe no me impide ser crítico ni tampoco me limita en mi libertad de pensamiento intelectual y científico, de modo que para terminar diré, teniendo en cuenta que además son temas que están relacionados, que la religión como enseñanza de cualquiera de las doctrinas presentes en el panorama humano debería estar alejada de la escuela bajo pena de cárcel. Eso sí, del mismo modo creo que una asignatura estrictamente histórica y sin valoraciones morales de “historia de las religiones” nos vendría a todos mejor que cualquiera de esos odiosos programas de corazón que a tantos parecen agradar y sobre los que nadie parece alzar la voz con tanta insistencia.
A algunos padres habría que quitarles la licencia para serlos. ¡Ah!, ¿qué no existe tal licencia? Pues habría que implantarla.

10 agosto 2007

¿Sueñan las ovejas con androides eléctricos?


Gracias a Dios, o quizá, quién sabe, a múltiples otros factores, por fin tengo tiempo y recursos para retomar el blogg. Lamento el no haber podido continuar tal y como me comprometí con la publicación mensual pero la multitud de cambios acaecidos en mi vida no han sido pocos y mucho menos menores. Este mes de Agosto, me dispongo a darle vueltas a un tema que cada cierto tiempo retomo a modo particular en plan filosófico y obsesivo: Se trata del “Conocimiento”. Sí, porque el conocimiento y su búsqueda no creo que sea un tema ni mucho menos baladí, al menos para mí, y me explico.


Todo proviene de mi particular forma de ver el mundo, en parte defecto y en parte virtud, según la cual, todo o casi todo ha de ser clasificado aún sin querer o de forma casi inconsciente a veces. Pues bien, en función de esta premisa, conceptos como el bien, el mal, lo aceptable, lo rechazable, lo correcto o lo incorrecto y toda la infinita amalgama de adjetivos que pueden llegar a usarse para calificar a una persona son conceptos y elementos de constante actualidad y perseverancia en mi intelecto. Por cierto, no me es ajeno que todo este rollo quizá interese bastante a mi psicoterapeuta, el día que pueda pagármelo, mientras que al resto le importe vulgarmente hablando, “una mierda” (con perdón), pero creo que es básico para entender el porqué de mi interés en tratar el tema. El caso es que desde el reconocimiento de que mi actitud es autolesiva y altamente masoquista, he acabado por interiorizar como un valor importante que define y caracteriza a las personas en varios grupos (que imagino no interesan a nadie), “LA ACTITUD TENDENTE A CULTIVAR, MEJORAR Y POTENCIAR LAS CAPACIDADES DEL INTELECTO”. En otras palabras y a pesar de que soy consciente de que no es el mismo tema, lo que me interesa es “la búsqueda del conocimiento” tratado no como un concepto teórico abstracto, ni como un término metafísico ininteligible, sino como una actitud vital que lleva al individuo a estar receptivo ante cualquier novedad, cualquier aspecto nuevo de la realidad que desconozca cualquier nuevo conocimiento, saber, idea o habilidad que se muestre plena de realidad ante sus ojos esperando ser aprehendida, investigada, observada, entendida o al menos discutida.


¿PORQUÉ? Creo que esta es la mejor pregunta que nadie jamás puede pretender hacerse a cerca de cualquier cosa y he ahí la clave. ¿Cuánta gente tiende de forma natural a hacerse esta pregunta habitualmente?

La importancia de la cuestión radica en que como seres humanos, una de las cosas que nos diferencia de cualquier otro ser vivo de este planeta es la capacidad intelectual, que lo mismo nos lleva a alcanzar la gloria con obras como “El concierto de Aranjuez” interpretado por Paco de Lucía (pieza que recomiendo vivamente a cualquiera que no la haya escuchado aún, y que yo estoy disfrutando en el momento de escribir la presente), o lograr cotas de estupidez dignas de la ameba más ineficiente que se pueda imaginar con empresas como el periodismo “rosa” actual por no poner muchos ejemplos. El caso es que aquello que nos distingue como humanos es a menudo ninguneado o incluso rechazado por amplios sectores de la población. La actividad intelectual, la lectura, el estudio, la filosofía, el debate crítico, el uso correcto del lenguaje y la terminología adecuada en cada caso, el interés por lo extraño, el tratamiento científico de las cosas. Todo ello resulta objeto de asombro hacia quien lo practica como digo, cuando no de mofa y rechazo. Evidentemente sin generalizar, pero desde mi experiencia en diversos ambientes, dentro de un amplio espectro de población se dan este tipo de actitudes hacia lo intelectual, lo racional, lo culto, lo crítico, en definitiva hacia aquello que nos distingue, entre otros diversos aspectos, de las tortugas o las gallinas. Ojo, no estoy diferenciando entre gente culta y gente que no lo es, sino entre gente que a menudo rechaza la oportunidad de conocer algo nuevo y gente que ansía el momento del día en que esto ocurre. Y entre estos dos grupos a grosso modo, (entre los que cabría distinguir diversos matices de grises), podemos estar mezclando a analfabetos estructurales con doctores universitarios. Particularmente conozco ejemplos de personas sin apenas formación, cuya curiosidad por lo nuevo, su interés por aprender y su afán personal por el enriquecimiento personal en lo espiritual y lo intelectual es tal, que abrumaría a cualquier profesor vocacional que se dispusiera a afrontar el reto. Del mismo modo conozco a universitarios titulados, cuya catadura moral e interés por el crecimiento intelectual se mide exclusivamente en función del rendimiento económico y de la mayor o menor medida del esfuerzo necesario para obtener dicho rendimiento, que en el futuro pueda otorgar el título que posee o se esfuerza en poseer. Se supone que dentro del ambiente universitario debería poder encontrarse el interés por el conocimiento más allá de la pura cuestión mercantilista relacionada con el provecho socioeconómico que de dicho conocimiento se pueda obtener. Pues bien, el caso es que cada vez resulta más difícil encontrar a personas con afán enciclopedista, no en el sentido de saberlo todo, sino del interés por saber de todo. En el análisis del porqué ocurre este fenómeno no me atrevo a entrar en esta ocasión, por tratarse este de un tema que podría despertar a alguna fiera interna que prefiero dormite por el momento hasta que llegue su momento, por lo que me detendré más en la crítica en forma de preguntas al lector por ahora y así de ese modo, acaso genero polémica si es que hay alguien que se digna a leer el blogg.

- ¿Es útil clasificar a los seres humanos en función de su interés por el conocimiento, (entiéndase este en su más amplio concepto, y no como sinónimo de saberes académicos o científicos en exclusiva)?

- ¿Porqué será que en muchos ámbitos se asocia la palabra “sabio” a una persona vieja mientras que para aquella persona joven que a menudo demuestra ser diferente del resto por su saber se reservan con mayor frecuencia términos despectivos como “sabiondo”, “sabelotodo”, “calculín”, etc…?

- ¿Está denostada en la actualidad la búsqueda de la excelencia? ¿Qué se entiende hoy día por “mediocridad”?

- ¿En cuántos debates o conversaciones interesantes que no tratasen de deporte, moda, famoseo, de cómo gastar dinero o de una ficción televisiva has tenido la “oportunidad” de intervenir hoy?

- Estoy seguro de que conoces a gente al igual que yo, que aún sabiendo que hace mal una cosa, aunque se trate de algo insignificante (yo que sé, un ejemplo estúpido, … por ejemplo decir “pograma” en vez de “programa” sabiendo que está mal dicho, o no saber manejar el mando a distancia de un aparato electrónico pudiendo aprender leyendo, pidiendo que te enseñen o con unos pequeños apuntillos de cómo usarlo hasta acostumbrarse), no hace nada en absoluto por intentar mejorar en ese pequeño aspecto, sintiéndose tan felices a pesar de ello y asombrándose del disgusto ajeno por el mantenimiento de dicha actitud.

- ¿Qué es lo que lleva a alguien a votar en unas elecciones por una determinada opción política sin conocer sus fundamentos ideológicos, propuestas concretas o incluso ni tan solo el nombre de su líder o incluso de cualquier aspecto de sus rivales?

En fin, que al ritmo que vamos, los taxonomistas tendrán que empezar a ponerse las pilas y llegar a un acuerdo entre redefinir el concepto de especie o emparentar mucho más de lo reconocido hasta la fecha al Homo sapiens con la oveja merina. En cualquier caso, que lo hagan pronto porque me empiezan a asaltar las dudas cada vez que me como unas costillitas de cordero con patatas, pues no sé últimamente si se trata de un acto lícito de alimentación omnívora o un acto flagrante de genocidio caníbal, fascista y prepotente hacia un individuo semejante de una raza inferior. Beeeehhh….., ups, …perdón.