16 octubre 2007

¿Cómo ser feliz y no morir en el intento?


He aquí la eterna pregunta que a su vez puede, suele y yo diría que incluso debe acompañarse de las preguntas ¿qué es la felicidad?, ¿se debe buscar esta, (la felicidad), como fin o como medio en la vida? Digo esto porque puede parecer implícito en la pregunta inicial que el “ser feliz” se hiciera necesario hasta el punto de correr peligro intentando serlo. Por ahora no digo ni que sí ni que no y me reservo la opinión al respecto para más adelante en esta entrada del mes de Octubre. Vayamos por partes.

Definir la felicidad no es aunque lo parezca a simple vista una tarea fácil. El DRAE la define como “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Quizá peque esta definición de ser un tanto materialista pues pareciera que, de no poseer un bien, el estado de ánimo venido a llamarse felicidad no fuera posible. En cualquier caso y mas allá de las mil definiciones distintas que pudieran hacerse del término felicidad, se trata de un estado complejo que se opone a la tristeza. Yo me atrevería a decir que la felicidad es un estado de ánimo según el cual el individuo percibe que su existencia es armoniosa, en lo que respecta a sí mismo en relación con el medio en el que se mueve y en lo que respecta a sí mismo en relación consigo mismo. Como dice Henry Van Dike (escritor estadounidense del que no conozco nada pero al que he encontrado en internet en una cita sobre la felicidad), “la felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos.” Es por ese motivo que particularmente doy una importancia superlativa a la parte de mi definición en la que me refiero a la relación de uno mismo consigo mismo. Se puede tener todo en el plano material en esta vida y ser profundamente infeliz y viceversa. Como estrategia de marketing no está nada mal hacernos creer que la felicidad se alcanza con la posesión de bienes, pues eso no contribuye sino a exacerbar el consumismo cainista inherente a nuestra sociedad actual, y de hecho podemos observarlo a diario en todos los lugares, la publicidad, el payaso triste frente al alegre que lava su ropa con el detergente de turno, el niño triste y el contento que consume el chocolate fulanito, el ama de casa sudorosa con dolores de espalda y sufriente frente a la impoluta ama de casa que sonriente exalta las cualidades maravillosas del limpiador sutanito que para colmo viene con mayordomo incluido, el sufriente gordo michelínico que suspira de cansancio frente a sus relucientes, peludas y bamboleantes lorzas, frente a la reluciente tableta abdominal del culturista atiborrado de estupefacientes que lejos de venderte los efectivos anabolizantes responsables de su escultórica figura, pretende que creas que el responsable de sus tersas y prietas carnes son fruto del uso de un cinturón vibrador que muestra sobre sí mismo en plena acción con cara de felices circunstancias, etc… Todo eso entra dentro de la lógica de mercado y el marketing desde que alguien se dio cuenta, se ha convertido en toda una ciencia dedicada a crear necesidades a quien no las tiene, de modo, que de no satisfacerlas se sienta no complacido y por tanto algo menos feliz que en el caso de satisfacer dicha “necesidad”. Lo grave de este asunto no es como digo, que el marketing haga uso de esta falacia en su provecho, lo grave es que el DRAE entre a saco en el tema con definiciones como esta.

La verdad sea dicha, lo que digan los académicos o dejen de decir no me afecta mucho, es más, me la repanpinfla alegremente. Por eso mismo, a pesar de ellos sigo defendiendo que tiene más relevancia y contribuye en mayor medida a la felicidad del individuo, la relación de este individuo con su propio yo, ¿pero eso cómo se come? Quiero decir, que eso está muy bonito en boca de un psicoanalista argentino pero en la práctica ¿en qué consiste eso de estar en armonía con uno mismo? ¿Acaso se trata de algún tipo de onanismo mental pseudoascético? La respuesta a esto es que sí y no al tiempo, y no es que tenga complejo de guardian de la puerta de dragones y mazmorras o de maestro Yoda recién fumado, sino que la búsqueda de la felicidad para aquel que la emprende, acaba indefectiblemente siendo un recorrido egoísta, en el sentido neutro de la palabra, al tiempo que fracasa siempre que se pretenda prescindir de los demás en esta búsqueda, por lo que lo del ascetismo no acaba siendo práctico en absoluto.

Me explico; Si entendemos el concepto de armonía sin necesidad de demasiadas explicaciones podemos entender que seamos más felices cuanto más integrados estemos con nuestro entorno, incluyendo en nuestro entorno a nuestro propio pensamiento. No es extraña a nadie la sensación que todos hemos tenido alguna vez de encontrarnos como espectadores de verdaderos debates internos cuando hemos tenido que tomar alguna decisión de importancia o cuando queremos deshacernos de pensamientos negativos que en algún momento nos invaden. Es como cuando en los dibujos animados se nos aparece un diablillo y un angelote, cada uno en un hombro discutiendo e intentando convencernos de qué debemos hacer. Pues bien, en esas escenas, nosotros no somos ni el angelote ni el diablillo y estamos como espectadores de dicho debate. Pues bien, eso somos nosotros, un ser que incluso se coloca por encima de ese pensamiento o de ese sentimiento sea positivo o negativo, de modo que podemos sentirnos cómodos con ese pensamiento (o sentimiento) o no y por ese motivo incluso entrar en fases patológicas en las que los pensamientos (o sentimientos) negativos nos agobian y no nos dejan ser felices. Como si esos pensamientos tuvieran un origen externo a nosotros mismos, cuando somos nosotros los que los generamos, incluso a pesar de nuestro deseo, y si no, ¿por qué motivo los calificamos de negativos? En la escena de dibujos animados, el protagonista observa y atiende a los motivos que tanto el diablillo o el angelote esgrimen, pero en ese momento su actitud es receptiva y no es influido por las posibles consecuencias de una “decisión” que aún no ha tomado aunque siempre esconde un deseo en el fondo (normalmente en la línea de las tesis del diablillo). Conste de antemano que nada de esto pretende tener nada que ver con el concepto de conciencia tradicional. Lo que quiero transmitir con este ejemplo es la idea de que no es una desfachatez hablar de estar integrado con uno mismo en la medida en que podemos vivir, actuar, o como poco aceptar sin más la realidad de nuestros pensamientos sin contraponernos a ellos o sin dejar que estos nos afecten como el personaje que los contempla sin tomar una decisión mientras todos estos pensamientos (los positivos y los negativos) se pasean ante sus narices, incluso cuando menos se lo espera o incluso a su pesar. Aprender a convivir con nuestros propios pensamientos y con nuestros propios sentimientos sin dejar que estos nos condicionen hasta el punto de hacernos personan infelices, es el camino idílico y utópico hacia la felicidad y este es difícil como ninguno.

Todos nosotros estamos expuestos a multitud de experiencias, hechos, sucesos, vivencias, que al ser confrontadas con nuestros deseos y expectativas entran en conflicto, de modo que dicha confrontación y la sensación que provoca en nosotros el no ver complacidos dichos deseos nos imbuye en una dinámica de búsqueda de una solución, que no solo acabe con el conflicto sino que además resuelva el mismo en el sentido de la consecución favorable de dicho deseo. Esto, que parece un trabalenguas, encierra la clave de la infelicidad a mi modo de ver, pues resulta que lo que nos hace infelices en realidad es el hecho de que nuestros deseos se confronten negativamente con lo que vivimos y no necesariamente el que dichos deseos no se vean cumplidos. Pongo un ejemplo para que se me entienda: Supongamos que en general soy una persona feliz que deseo fervientemente más que nada en este mundo comprarme un coche dentro de un año, pues bien, de este modo mientras yo esté trabajando y ahorrando para poder comprarlo y a pesar de no tener el coche en mi poder aún, no tengo porqué sentirme infeliz por esta causa, pero si me dejan parado la semana que viene, surgirá en mí un sentimiento de infelicidad derivado del contraste de mi deseo con la realidad de la dificultad de poder llevarlo a la práctica. En ambos casos, en la misma fecha sigo sin tener coche pero en uno me siento feliz (o al menos por ese motivo no tengo porqué sentirme infeliz) mientras que en el otro me inundan sentimientos de derrota, fracaso, desdicha y en definitiva infelicidad. Supongamos siguiendo el mismo ejemplo que siendo la misma persona, exactamente la misma persona en lo que respecta al resto de mi vida, no albergase en mí ese deseo de comprarme un coche. Al sufrir ese percance de pasar por la situación de quedarme en paro no estaría expuesto a sufrir infelicidad por ese motivo en concreto de un deseo que no albergo. Con esto no quiero decir que la clave de la felicidad esté en no albergar deseos o expectativas de futuro en la vida, porque gracias a ellas podemos vivir, pero sí que podríamos comprender (y gracias a ello hacernos más fácil el trabajo siguiente) que la intensidad y la flexibilidad con que alberguemos esos deseos, condiciona sobremanera la respuesta que seremos capaces de dar ante la frustración de los mismos. Por ejemplo, ahora mismo puedo sentir el deseo de comer chocolate pero el que mi madre me lo prohíba no tiene porqué hacerme sentir infeliz pues tampoco se trata de un deseo o una necesidad que no pueda posponer o cambiar por otra.

Cada acto que realizamos en nuestras vidas responde a una motivación, ya sea esta consciente o no y esto le ocurre al menos a todos los vertebrados. Ante un estímulo, nuestro cerebro reacciona generando una motivación que nos lleva a realizar un comportamiento aunque sea simple. Por ejemplo ante el recuerdo espontáneo del disfrute pasado viendo un determinado programa de televisión nuestro cerebro se activa motivándonos para levantarnos y sentarnos delante de la pantalla. Ante la sensación de descontrol que supone no tener conocimiento del lugar donde nos encontramos nos motivamos para desarrollar comportamientos exploratorios y de cautela y precaución, por lo que inhibimos en parte nuestro comportamiento social, observamos a nuestro alrededor más de lo acostumbrado y nos olvidamos en ese momento de aspectos como el sexo, la tele o la comida hasta que otro estímulo superior desvía nuestra atención y nuestro cerebro deja de buscar y orientarse para ocuparse de elaborar comportamientos adecuados para la consecución de la satisfacción de dicho estímulo. Cuando somos pequeños apenas tenemos control sobre este mecanismo de respuesta a estímulos y activación de respuestas comportamentales preprogramadas, de modo que tan pronto estamos llorando como sonreímos en cuanto alguien nos hace una carantoña para hacernos callar. Si se nos prohíbe algo que deseamos como chocolate o se nos quita un juguete lloramos automáticamente porque no somos capaces de controlar el sentimiento de infelicidad que en nosotros genera el deseo insatisfecho (de seguir jugando o de comer chocolate). Sin embargo del mismo modo tenemos más facilidad de cambiar ese deseo por otra motivación que nos haga olvidar ese hecho y al rato cambiamos de juguete o nos olvidamos del chocolate si nos cogen en volandas y nos hacen cosquillas haciéndonos reír durante un buen rato. La diferencia con el crecimiento es que para poder hacer frente a una vida adulta tenemos que ir siendo cada vez más conscientes de las posibilidades futuras de nuestros comportamientos de modo que nuestras motivaciones comienzan a dirigirse a objetivos a más largo plazo que el comerse un chocolate en el momento por lo que el mecanismo de cambio de motivación acaba haciéndose más rígido conforme vamos haciéndonos mayores. Se trata precisamente de eso que valoramos en los adolescentes cuando les decimos que están madurando si les vemos tomar decisiones que tienen más en cuenta las repercusiones futuras (estudiar, ser cautos, reflexionar antes de tomar decisiones,…), frente a la actitud “alocada” típica de la edad. En esa época aún no han perfeccionado el mecanismo de control sobre el centro de las motivaciones y por eso nos sorprenden con actitudes “maduras” tan pronto como ante cualquier estímulo cambian de opinión rápidamente dejándose llevar o nos dan una pataleta si no les dejamos comer chocolate.

En los adultos este control tiende a perfeccionarse en el sentido de hacerse más rígido y no tan flexible de modo que no nos veamos expuestos a los vaivenes de nuestro cerebro cada vez que se planta ante nosotros un estímulo atrayente, permitiéndonos concentrarnos en una tarea que previamente hemos decidido que es importante. Pues bien, aquí está la clave del asunto, la rigidez de este mecanismo se vuelve tal, que perdemos la capacidad de “amoldarnos” a las circunstancias cuando estas afectan a deseos de futuro a medio o largo plazo, (o sea, precisamente al tipo de deseos o motivaciones que consideramos importantes y que potencia nuestro desarrollo). Del mismo modo, adquirimos una cierta capacidad de adaptación a los cambios inmediatos para poder hacer frente a la toma de decisiones diaria de los imprevistos de la rutina (para la que también estamos diseñados por nuestro desarrollo) y por ese motivo llevamos mejor la prohibición del chocolate que los niños, los adolescentes, los adultos con falta de madurez o aquellos adultos con patologías que afectan a este mecanismo de control y cuyos efectos suelen ser obesidad por ingestas compulsivas, personas que no pueden evitar atacar sexualmente a otras, trastornos obsesivo-compulsivos, etc…

¿Entonces cuál es la clave de la felicidad? Como ya he dicho, no se trata de no albergar deseos o perspectivas de futuro sino de Comprender que el ser rígidos a la hora de Aceptar aquellos hechos o circunstancias que nos sobrevienen incluso a pesar de nuestros deseos acaba generando más infelicidad en nosotros que el hecho mismo en sí. Es el tiempo que tardamos en aceptar un hecho que nos genera conflicto el que sufrimos y describimos como “infeliz”. Aceptar como algo inevitable, o incluso esperar la muerte de un familiar cercano, por ejemplo, disminuye la sensación de infelicidad que esta muerte inevitablemente genera debido a que esta muerte choca con nuestro deseo de que dicha persona permanezca con nosotros, mientras que aquellos que se niegan a asumir dicha pérdida, acaban sufriendo más hasta que terminan por darse cuenta de que aferrarse a un deseo irrealizable no hace sino hacerles sufrir en vano. En estos casos, por seguir el lúgubre ejemplo, sufre más la pérdida quien más cercano se encuentra al difunto en cuestión y por tanto quién más expectativas de futuro tenía con él.

La clave por tanto de la felicidad está en darse cuenta, a base de meditar mucho sobre el tema y de ejercitar a diario el control de la impulsividad y del mecanismo por el que controlamos nuestros deseos, que dicha felicidad no depende de lo que vivimos o de lo que procede del exterior. Los avatares, las circunstancias, los accidentes, los problemas, e incluso la relación con otras personas son asuntos sobre los que no podemos pretender tener un control al 100% pues dependen en gran medida del libre albedrío de los demás. Por ello debemos inmunizarnos de la infelicidad comprendiendo cuanto antes que, si a pesar de nuestros deseos, empeños y esfuerzos por conseguir ser seleccionado en una entrevista, o mantener nuestra relación de pareja o llegar sanos a nuestro destino en un largo viaje por carretera, algo de esto se ve frustrado, no podemos darnos el castigo extra de dejarnos influir por un cerebro que no está preparado para ser flexible y asumir que debe cambiar de motivación de forma inevitable porque por más que se empeñe no va cambiar la frase “ya te llamaremos” o “hasta aquí lo nuestro” o recuperar la pierna perdida en Cuenca en el choque contra el kamikaze borracho e irresponsable de turno.

Todos estos eventos nos generan “dolor”, y este dolor es inevitable pero los pensamientos negativos y el no aceptar ese dolor cuando resulta inevitable nos generan “sufrimiento” y es ese sufrimiento el responsable de nuestra infelicidad. El dolor es siempre momentáneo y temporal por lo que no es el causante de que nos sintamos infelices, el causante de esa infelicidad es la falta de aceptación de la consecuencia de ese hecho que ya es pasado y que no tiene vuelta atrás. Por ejemplo, un futbolista que juega una final de un mundial y se tuerce un tobillo llora, pero el llanto puede ser de dolor físico o un llanto amargo y desconsolado debido al sufrimiento extra que se genera en su cabeza cuando se da cuenta de que dicha lesión le impide terminar el partido. La sensación de sufrimiento puede ser mayor si la lesión se produce cuando su equipo se encuentra a un minuto del final, con un empate en el marcador y está a punto de marcar gol con la portería vacía, o al contrario si se trata del portero y la lesión se produce cuando su equipo está ganando a un minuto del final, al realizar una parada espectacular que evita el empate. En definitiva, un mismo hecho, a saber: “lesionarme el tobillo en la final del mundial y tener que abandonar el terreno de juego siendo la ilusión de mi vida terminar el partido jugándolo” puede ser una experiencia más o menos dramática dependiendo de otros muchos factores. Pero incluso dos jugadores diferentes ante ese mismo hecho, y en idénticas circunstancias pueden sufrir más o menos dependiendo de la importancia que le den a este hecho aunque con el mismo deseo y la misma motivación a los dos les genere dolor el no poder acabar el partido. Al día siguiente uno puede estar entrenando para recuperarse y preparar el mundial de dentro de cuatro años y el otro en cama llorando, sin ganas de comer y sin querer ver ni hablar con nadie.

Por todo esto es importante saber aceptar la realidad y asumir esta tal cual es en cada momento, sin generar sufrimiento extra por no conseguir que en el presente dicha realidad sea diferente a la que deseábamos. Aceptar, ojo, que no significa lo mismo que conformarse. Quiero decir, aceptar que me han robado, significa asumir que esto acaba de ocurrir y que debo serenamente pensar en el siguiente paso a dar,a pesar de la rabia en potencia que puede estar deseando hacerse dueña de mí. Por lo pronto, “me han robado y punto y seguido” sería aceptar que eso ha pasado, aunque odie pasar por una situación así porque ello me causa dolor o me produce un daño o un perjuicio (incluso un daño económico o de cualquier otra índole). Por otro lado, “me han robado, maldita sea, que putada, con lo bien que estaba yo sin que nadie me molestara, ¿porqué me he tenido que pasar a mi?, ¡qué mala suerte tengo!, ¡maldita sea la hora en que pasé por aquí!, …” implica además del perjuicio o dolor causado por el evento,un sufrimiento extra que yo y solo yo me autoinflinjo y que no deriva del hecho de que me hayan robado sino de mi capacidad para reconducir mi respuesta, hacia una respuesta útil que no aumente el sufrimiento que dicho perjuicio inevitablemente me causa. Es decir, mi dinero se ha esfumado, mis tarjetas de crédito también, voy a tener que esperar colas kilométricas para renovar el carnet voy a tener que perder tiempo denunciando el robo, he perdido la foto de mi perrito que tenía en la cartera, etc… pero lamentándome no voy a arreglar nada, es más, todo lo contrario porque de esa forma me estoy generando un sufrimiento innecesario que no merezco, porque no he venido a este mundo para ser infeliz. Y eso de "he venido a este mundo para..." no suena a nada, que ya os veo a más de uno conjurando aquelarres contra mí. Sencillamente no hemos venido a este mundo a sufrir porque no estamos predeterminados a nada por un lado y porque tendemos de forma natural a buscar aquellas situaciones y circunstancias que nos hagan felices, de modo que si tenemos algún objetivo en esta vida es como digo el de ser felices, objetivo que cada uno puede intentar alcanzar por los medios que estime más oportunos.
Por eso concluyo. La clave de la felicidad gira en torno a varias palabras como son:

ACEPTACIÓN: que no conformismo, pues se puede e incluso diría que se debe trabajar para cambiar las cosas si se considera que no están como debieran, pero aceptándolas en cada momento tal cual son. Es decir, soy gordo sí, y no me gusta, pero eso es lo que soy y me acepto ahora mismo tal cual soy sin que eso me lleve a avergonzarme ni a machacarme la cabeza lamentándome por ello, lo cual no quita que al momento siguiente no decida ponerme a dieta para poder lograr en el futuro dejar de serlo. Pero ojo, no pretenderé dejar de ser gordo porque el serlo me lleva a ser una persona infeliz mientras lo soy, sino porque entiendo que es lo que más le conviene a mi organismo en el futuro.


INTEGRACIÓN: Adaptación a mi medio a base de aceptarlo en el presente tal cual es, pudiendo hacer los planes de futuro que desee para influir en él. Integración conmigo mismo en el sentido en el que me reconozco un ser más allá de los pensamientos que genero y que independientemente de cuales sean estos pensamientos y de las circunstancias que me afecten se merece ser feliz, por tanto tengo que comprender que lo importante de mí soy yo y no mis pensamientos y/o mis sentimientos, que a veces me juegan malas pasadas.

RECONOCIMIENTO: De la importancia que para mí mismo tiene mi propia felicidad y reconocimiento de la importancia que en mi vida tienen los demás como seres libres, que por más que lo desee no puedo controlar, y por tanto, tengo que aceptar sus fallos y sus virtudes (sin caer en el conformismo).

AMOR: Hacer del amor el centro de mi vida y comprender que si todo lo que hago lo hago con amor primero hacia mí mismo y por tanto al mismo tiempo hacia los demás va a ser más fácil
alcanzar la felicidad.

Por último, en respuesta a la pregunta que da título a este artículo: lo cierto (al menos desde mi punto de vista) es que la Felicidad no es algo que se obtiene cuando se alcanza sino mientras se busca cuando se cree que se puede alcanzar, por tanto para ser feliz hay que morir en el intento.

La suprema felicidad de la vida es saber que eres amado por ti mismo o, más exactamente, a pesar de ti mismo.
Victor Hugo (1802-1885) Novelista francés.

El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace.
Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo y escritor francés.

Ver artículo de Wikipedida sobre el término Felicidad. Muy interesante.