18 agosto 2006

La Desesperanza frente a la Utopía.

Pues bien, estoy ante la primera entrada de mi nuevo Blog personal y no sé por donde empezar. Y no es porque me falten cosas de las que hablar, sino porque quizás sean demasiadas a la vez pidiendo paso. Me confieso ilusionado con el uso y el porvenir que le pueda deparar a este pequeño oasis de pensamiento y desahogo intelectual que es La Guarida del Aprendiz, al menos para mí. Sin duda alguna es algo que necesitaba desde hace un tiempo y que de forma fácil e imprevista he conseguido cuando menos me lo proponía, lo cual me hace reflexionar sobre alguna que otra cosa con la que me enredaré más adelante. Tiempo al tiempo.

Por lo pronto y para inaugurar el Blog, discurriré un rato sobre un aspecto de la actualidad que sinceramente me inquieta últimamente: Se trata del transcurrir de la historia de este nuestro mundo. El problema es que ultimamente anda realmente mal, no hay que ser muy erudito para darse cuenta de ello, o al menos eso parece por la incesante cantidad de noticias que nos reafirman en esa interpretación y no me refiero solo a los incendios cainistas que han arrasado Galicia y que han dejado a los Gallegos y a gran parte del país con la boca abierta de asombro e impresión. Tampoco lo digo por la masacre perpetrada en Líbano y que nos han querido vender como una venganza imprevista y forzada por los acontecimientos, y desde luego no me expreso en estos términos especialmente por la psicosis delirante que la amenaza real del terrorismo prefabricado está generando en la gran mayoría de los aeropuertos europeos y americanos. Quizá me refiriese en parte a la invasión de medusas que en aguas del Mediterráneo fastidió las vacaciones de verano a más de uno, pero quizá no. El caso es que si lo pienso bien, lo más probable es que sea el conjunto de malas noticias la que provoque la sensación, realista pese a la manipulación informativa, de que al mundo se le ha escapado algún tornillo.

Pero cuidado, no quiero que se malinterprete y se piense que este es otro más de tantos textos pesimistas representativos del fin de un siglo, que como siempre acostumbra a engalanarse con un cierto toque de decadencia y aderezarse con un poquito de apocalipsis, ni mucho menos. Intentaré explicarme.

La verdad es que al modo en que Descartes se planteaba su duda metódica y Neo desconfiaba de la realidad que recibía de Matrix en la película homónima, el ciudadano actual no tiene capacidad real para conocer a ciencia cierta si aquello sobre lo que le informan los medios de comunicación y en los términos en que es informado por estos, es real o no. Muy posiblemente peque de ser excesivamente desconfiado al expresarme en estos términos pero el hecho es, que no sabemos con certeza cual es la realidad de lo que ocurre en el mundo, sino más bien el contenido de lo que se nos informa sobre esa supuesta realidad.

El radicalismo de la anterior disertación es sin duda poco común en boca de cualquier ciudadano de a pie, y ese precisamente es el problema principal. Ante la imposibilidad de resolver el problema filosófico planteado por Descartes, filósofos posteriores apelaron al sentido común y decidieron que al no poder alcanzar certeza sobre ésta cuestión, lo más sensato era actuar como si nada y hacer caso de los sentidos y la experiencia, puesto que es la única información que tenemos sobre el mundo que nos rodea, sea esta falsa o no. Del mismo modo acabamos por cesar en el empeño de situarnos en una posición crítica ante la información que recibimos y acabamos por asumirla como fiable, al menos en parte. Esto nos lleva a imbuirnos en un mundo repleto de Guerras, Genocidios, Violencia, Catástrofes ambientales, Hambrunas, Epidemias, Miedo...

Nos acostumbramos a asistir como testigos de primera a asesinatos captados por las cámaras, al hambre y la desolación en África, a la violencia que supone la media de veintitantos muertos diarios en Irak, hasta el punto de hacerlo precisamente a la hora de comer sin que nos afecte en absoluto. ¿Porqué? La clave está en La Desesperanza.

La cotidianidad de la violencia campando a sus anchas a nuestro lado día tras día, nos inmuniza contra ella, eso es cierto pero lo peor que podemos hacer es caer en la desesperanza de seguir luchando día a día contra ella de forma enérgica y con esfuerzos inteligentemente madurados. En la propia naturaleza social del ser humano se encuentra la necesaria lucha y esfuerzo que contrarreste la inestabilidad que él mismo genera en su entorno. Se trata de algo inevitable y consustancial con las sociedades humanas hasta la actualidad. Las leyes tienen como fin la autorregulación de una sociedad que entiende que el mal está inevitablemente presente e intimamente ligado a la naturaleza egoista de todo ser vivo entre los que se encuentra el ser humano. De no ser por el sostenimiento de esta suerte de batalla de la que todo ser humano es partícipe, lo quiera reconocer o no, sería inconcebible la existencia de sistemas morales como los que aún intentan prevalecer en las sociedades occidentales, a pesar de las dificultades que encuentran a su paso.

Pero claro está, la pérdida de poder del ciudadano, inmerso como está en una sociedad que en la práctica piensa y actúa por él a través de los partidos políticos y de las instituciones oficiales, unida a la falta de alternativas de participación reales y al contínuo desgaste moral que supone el bombardeo constante de los medios de comunicación con su visión pesimista-realista del mundo, llevan irremediablemente al individuo a la desesperanza y al pasotismo irresponsable de un Carpe Diem mal entendido y cuyo principal objetivo es el desarrollo personal por encima del colectivo. Es más, no solamente el desarrollo personal por encima del colectivo, sino incluso a costa del desarrollo colectivo si es necesario, o lo que es lo mismo en otras palabras: La ley del más fuerte.

En definitiva, estamos expuestos a un sinfín de causas que son responsables de que bajemos los brazos y nos dejemos llevar por la inacción y la pasividad, lo cual nos hace más vulnerables si cabe ante los abusos de poder de los más fuertes, la vulneración de las leyes y de los derechos humanos por parte de los más fuertes y la manipulación ideológica por parte de los más fuertes. En conjuntos sociales donde reina la desesperanza y la rendición ante la aplastante "realidad de la derrota", solo queda unirse al enemigo y sacar la tajada que se pueda. Eso mismo podemos decir que ocurre, por poner un ejemplo de entre los muchos que hay, en las fabelas de Río. Nacer allí, es condenarse a una vida sin futuro en la que quien manda es el más fuerte, incluso por encima de las leyes y las instituciones, de forma que una de dos, o te haces fuerte, más fuerte cada día e insensible a la violencia, preso del conjunto de valores morales que gobierna la supervivencia en la fabela, o te revelas e intentas cambiar algo, siendo inmediatamente por ello el blanco de todos y por tanto uno de los primeros en caer. Díganme si no es para perder la esperanza. Entonces, ¿Qué podemos hacer?

No desesperar pase lo que pase y tener muy presente cada día que el presente es nuestra responsabilidad y que el futuro depende en gran medida de él. En todo el mundo existen personas que comparten un mínimo de valores morales básicos como los que permitieron el nacimiento del histórico movimiento ciudadano mundial que se opuso a la Guerra que depuso a Sadam Husein en Irak en manifestaciones por todo el planeta. Este ejemplo me parece demoledor, independientemente de la orientación política que se profese, pues nadie puede negar que el movimiento a la par que poderoso, se vistió de simpleza ideológica y por lo tanto de ausencia de intencionalidad política, por mucho que en algunos países como en España se aprovechara la coyuntura para hacer política cainista una vez más, tal y como estamos acostumbrados aquí. Sobre todo en España en aquel momento fué especialmente significativo por tener en nuestras filas a uno de los protagonistas, el Sr. Aznar con puro y todo, pero como digo, a pesar de eso, el movimiento fué mundial y en él participaron personas de todas las tendencias políticas, inclusive en España en la que muchísimos votantes del PP salieron a la calle a decir lo que sentían en comunión con tanta otra gente, un simple, No a la Guerra. Ese sí que fué un momento crucial y hubiera sido capaz por sí mismo de parar la guerra si no fuese por la irrupción de nuevo de las imágenes del almuerzo a la que tan acostumbrados nos hallamos. Estas imágenes, que no traían nada nuevo al menú diario, contribuyeron junto a la impotencia a despertar a la desesperanza tan ausente en esas jornadas durante las manifestaciones.

Por ese motivo terminaré dejando un mensaje lo más claro que pueda; Ante la desesperanza, utopía. No podemos dar el brazo a torcer porque de ser así, no solo estaremos otorgando el presente al más fuerte sino impidiendo la posibilidad de un futuro, si acaso semejante al presente que otorgamos. A pesar del sufrimiento, de los sinsabores y desilusiones, del descrédito incluso que nos pueda deparar la firme oposición a un mundo donde reine la desesperanza, no podemos abandonar la utopía de soñar con un mundo más justo y menos chungo que el que nos ha tocado vivir aunque a las medusas del Mediterráneo le venga de maravilla.