16 octubre 2006

La Violencia.


Este mes ha comenzado un poco revuelto, y entre otras muchas ocupaciones, la redacción de esta nueva entrada del blog, se ha llevado más tiempo del deseado, pero heme aquí, preparado para enfrentarme a otra cuestión que seguramente interese a algunos pero que aburra a otros muchos. No importa, bienvenidos todos. El tema del mes es: La Violencia.

La violencia como recurso ante cualquier fenómeno o episodio personal, social, político o de cualquier otra índole es incontestablemente rechazable, por muchos motivos diversos. En nuestra sociedad, recurrir a la violencia es sinónimo de falta de argumentos, bien porque ya no queden, (lo cual indica que es el otro quien tiene razón), o por tratarse de individuos que, o bien no son capaces de usar el intelecto para dirimir sus disputas o bien se ven tan torpes que ni lo intentan. En cualquier caso, el uso de la violencia por parte de cualquier individuo o grupo de ellos nos da muchos datos a tener en cuenta para el análisis. La violencia más básica proviene de ámbitos marginales o no, en los que impera la ley del más fuerte desde que el individuo nace y por tanto el uso de la misma no ofrece ningún tipo de dilema moral a quien la ejerce por tratarse de la norma. Es una herramienta que sirve al que la usa para imponerse sobre el otro y por tanto un instrumento de poder. Ya sabemos que el poder ejerce un gran atractivo sobre los seres humanos. Cualquier intento de mantener un discurso que se aleje de esta dinámica puede ser considerado una agresión en sí mismo por generar impotencia a quien escucha, si este no puede responder en la misma medida por falta de recursos o habilidades sociales. La respuesta mayoritaria al sentimiento de impotencia suele ser la agresividad y/o la violencia en su caso. La forma de atajar la violencia en estos casos pasa sin duda alguna por la educación desde las etapas infantiles, de forma que se le proporcione a la población instrumentos y valores que le permita desechar la violencia como medio de resolución de conflictos, a la vez que se pongan los medios legales para atajar estos, (conflictos sociales, económicos, culturales, ...).

La debilidad, la mediocridad, la cochambre de la condición humana puede ser tema, sin duda, de reflexiones y discusiones, profundas como pocas, en un mundo que parece confirmar que como poco la decadencia no solo es constatable sino acaso inevitable a pesar de las consecuencias de la misma. Que podamos destruir el mundo en que vivimos constituye para algunos, más que un motivo para el desánimo , acaso una señal de la grandeza y poderío de un ser humano que como especie ostenta el poder nunca alcanzado por ninguna otra de cambiar su destino incluso a su costa si lo desea. Pues bien, parece que así fuera puesto que la bravuconería, más allá de limitarse al puro exhibicionismo, (no sé muy bien ante qué o ante quién y mucho menos por motivo de qué), parece extenderse sin fin hasta límites que lejos de ser insospechados parecen materializarse ante nuestros propios ojos en forma de cambio climático, amenazas apocalípticas, extinciones masivas ante nuestros ojos, institucionalización del miedo, hambrunas y pobreza sistemáticas a causa de un sistema económico insostenible,...

La decadencia es consustancial con la evolución histórica de todas las grandes civilizaciones, que como se suele decir siempre tienen un final. Todo proceso de decadencia de una sociedad conlleva luchas y tiranteces por la supervivencia social de los grupos y de las personas cuando no de supervivencia física real en función de los motivos que la originen. Pues bien, esta es otra de las fuentes de la violencia y por tanto, en un sistema económico capitalista como el nuestro, que no regula adecuadamente las consecuencias de las desigualdades consustanciales de sí mismo, este tipo de violencia no solo es predecible sino patente y muy a tener en cuenta.

Otro de los gérmenes de los que brota la violencia es la intransigencia y la intolerancia, que aunque son dos actitudes distintas, llevan igualmente a los individuos a querer imponer sus puntos de vista y sus ideas incluso a pesar de que con el intelecto se les demuestre por activa y por pasiva que no tienen razón. En otros casos, es la "dictadura de la mayoría", la que impide al que tiene la razón de su lado el imponerla pese a exponer de forma patente y clara que la tiene, por causa de la intransigencia de la opción dominante, que en una sociedad democrática tiene el derecho a imponerse. El hecho es que en cualquier caso, las minorías, con la razón de su lado o no, se ven obligadas a aceptar y tolerar normas, actitudes, actos y/o circunstancias que incluso pueden considerar injustas, y esto acaba por generar focos de violencia ante la impotencia de no poder resolver lo que para ellos es un conflicto o una injusticia con la palabra.

Pero la peor de todas es la violencia institucional, porque lejos de sustentarse en la debilidad y mediocridad del humano medio que no es capaz de limitar sus sentimientos y actitudes por medio de la razón y el sentido común, se sustenta en el aprovechamiento de una posición de poder que adquiere el gobernante y su entorno de forma legítima en la mayoría de los casos. No son pocos los ejemplos de gobiernos que a pesar de la manifestada oposición de la población a la que representan, acaban actuando de forma violenta, bien contra ella misma, bien contra otros. Y no estoy hablando en exclusiva de guerras y ofensivas militares sino de la imposición de actitudes por medio o al menos con el concurso de la amenaza expresa o velada de la fuerza. Los abusos, las imposiciones comerciales, los oídos sordos ante el clamor general de cambio, los desplantes o la pérdida de derechos sí o sí, son algunos de efectos de la violencia institucional sin citar, las matanzas, los bombardeos, los asesinatos selectivos, los secuestros, los arrestos indiscriminados, las cárceles ilegales, etc...

¿Acaso no consideran menos violento matar a alguien de un tiro en la nuca que encerrarlo y dejarlo morir de hambre lentamente viendo sufrir y morir a sus hijos de desnutrición y enfermedad no tratada mientras otras tantas se adueñan de él?. Quizás no sea tan espectacular, pero seguro que muchos coincidirán conmigo en que frente a las dos opciones, si la muerte es segura, es preferible el tiro en la nuca. A eso yo lo llamo violencia, es incluso más cruel si cabe que un bombardeo por sorpresa y está ocurriendo a diario. Pero es más, sería extensible a la comparación en la que enfrentemos el uso de armas de destrucción masiva con la actitud impasible ante la alarma mundial de la comunidad científica y otras organizaciones por el cambio climático consecuencia de la contaminación. ¿Acaso no destruye ciudades enteras un huracán o unas lluvias monzónicas descontroladas sin necesidad de lanzar una bomba atómica?. ¿Acaso no causa enfermedades a toda una población como si se tratase de una arma biológica una sequía permanente causada por la falta de lluvias?. ¿Acaso no causa cancer sin necesidad de usar radiación el aumento de la radiación solar por la reducción de la capa de ozono?. Es muy posible que considerarme extremista a estas alturas de mi discurso no solo sea prudente por parte del lector sino incluso adecuado, pero: ¿Acaso no tengo razón en alguna de mis preguntas?

Por ir terminando la reflexión de este mes de Octubre, sé que me queda por analizar al menos un motivo de origen de la violencia, que sería la respuesta legítima en defensa propia, pero no quiero que después de lo dicho hasta ahora se me tache de instigador de masas y/o de apología de la misma. Quede dicho en cualquier caso que aunque no solo la violencia defina al ser humano, ya que tiene otros tantos valores y cualidades inmensas que lo engrandecen, sí que me atrevería a afirmar que está atrapado en la actualidad en ella de tal forma, que hasta que no consiga romper la espiral y retomar las riendas de su propia evolución histórica, se verá lamentablemente avocado al fondo de la decadencia, que teniendo en cuenta el poder del que disponemos puede ser un pozo del que sea difícil salir después. Mientras tanto, los ciudadanos podemos elegir entre las estupidizantes novelas, concursos o programas de chismorreo criminal de las sobremesas, o deleitarnos con la serie de pseudo-realidad que en los días venideros nos ofrece la prensa de toda clase, bajo el título "Corea del Norte. Chiquito pero matón" o "Corea del Norte. ¿La amenaza fantasma?".